Me baño como si me fuera la vida en ello y luego de secarme me perfumo con profusión. Me cepillo como repaso del manual de cómo debe hacerse, reviso el blanco de mis dientes en el espejo y decido que la blancura es aceptable. Me visto con lentitud: estreno ropa interior y luego siento la tela fina de mi pantalón y mi camisa, me pongo la corbata y cuando estoy por ponerme el saco suena el teléfono. Es ella y va al grano. —Mi amor, tengo un contratiempo que no podré solucionar ni hoy ni mañana. Es en realidad un problema que espero me dé tiempo la vida de solucionar. No iré a verte, es decir, no me voy a casar contigo. Pero no te apures: ¿te acuerdas de mi prima Irene? Es más joven que yo, más guapa e incluso más inteligente. Le conté de mi asunto y dijo que ella quiere casarse contigo. No te molesta, ¿verdad? Creo que sales ganando, porque yo suelo tener mal carácter por las mañanas y ella es un pan a todas horas. Ya le di los datos para que esté en el lugar y puntual; no te preocupes si no te acuerdas de quién es, ella te va a buscar. Irá, por supuesto, vestida de novia. Te mando un beso y te deseo suerte… ¿Irene?, pienso. Su prima. ¡Claro, es preciosa! ¿Por qué querrá casarse conmigo? ¿Qué le habrá dicho? No importa. El cambio, como dice, me favorece. Hoy es un buen día.
Llego al lugar y los que se encargarán de la ceremonia ya están listos, La cita era a las once. Son las once y diez, once y cuarto, once y veinte… Creo que ya no vino. Estoy a punto de hablar con la gente para las consabidas disculpas (que en realidad no me corresponden), cuando veo a una novia llegar. No es Irene. Viene directo hasta mí. —Hola, soy Ibeth. Supe que te ibas a casar y, aunque tú no me conozcas, yo te vi varias veces en varios lugares y quiero que seas mi marido, ¿te casarías conmigo? —Bueno, esperaba a alguien más y no llega… Si tú quieres, sí. Hacemos la ceremonia y nos vamos rumbo al hotel que ya tenía reservado. Nos registramos (todavía andamos vestidos de novios) y vamos rumbo al elevador, cuando nos alcanza una chica vestida de novia. Es Irene. —Hola, perdona, se me hizo tarde y cuando llegué me dijeron que te habías casado, ¿es cierto? —Sí, ella es mi esposa –se saludan–, no sabía si ibas a llegar o no, así que… —Sí, entiendo. Mira, espero que ni tu esposa ni tú se ofendan. Quiero decirte que si llegaras a divorciarte me tengas a mí como primera opción de matrimonio, ¿te parece? —Gracias por tu disposición, aunque en realidad no podría prometerte nada. ¿Qué tal si Ibeth y yo somos felices para siempre, como en los cuentos? —Eso ya no ocurre ni en los cuentos… Bueno, no les quito más el tiempo, te llamo en un mes y allí me dices. Hasta luego.
Me pareció de mal gusto su comentario. En este año me he casado… creo que cinco veces, pero tal vez Ibeth sea la definitiva. En fin, a ver qué pasa.