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Polvo del camino. 228. El silencio y las palabras. Héctor Cortés Mandujano

Polvo del camino/ 228

                  El silencio y las palabras
                   Héctor Cortés Mandujano

                                     Para mi amigo Luis, quien me contó estas anécdotas suyas

1

No hablé pronto, porque mi papa me consentía mucho; bastaba sólo con levantar mi dedito y mostrarle qué quería para que me lo diera. Entre señalamientos y pujidos llegué, no sé, tal vez a los cuatro años sin hablar. Mi padre se hartó.
A él le encantaban los chiles de lata y un día, en mi presencia, abrió una de ellas y puso el contenido en un plato hondo. No sé por qué se me antojaron y comencé a poner mi dedo de reyecito hacia los chiles. Papá me dijo: “No, esto pica, no es para niños”.
¿Qué? ¡Este tipo osa desobedecerme! Puse más énfasis en mi señalamiento y comencé a hacer pucheros. Mi papá insistió ya con más fuerza: “¡No!”.
Solté el llanto, sin olvidar de señalar el objeto de mi capricho. Mi padre, entonces, dijo: “Mira, si quieres, tómalo. Te va a picar y vas a llorar. Se te va a calmar el picante con esto –me señaló un vaso de agua–, pero sólo te voy a lo voy a dar si dices ‘Agua’, ¿entendido?”.
Tomé un chile, lo puse en mi platito y luego le di una mordida. Sentí que había mordido lumbre y comencé a llorar. Mi papa me dijo:
—¿Quieres agua?
Moví la cabeza en señal de afirmación, mientras seguía llorando.
—Pues no te voy a dar hasta que lo pidas con su nombre.
No sentía lo duro, sino lo tupido y quién sabe cómo mi cerebro y mi lengua se alinearon para que yo dijera, por fin, mi primera palabra:
—¡¡¡Agua!!!

2

Mi hermano mayor me llevó por primera vez al cine un domingo. Eran dos películas seguidas de matiné. Cuando volví, mi papá componía un carro. Le dije:
—Papi, ¿te puedo contar las películas que vi?
—Sí, cuéntame.
Mientras él trabajaba yo comencé a contar. Si la película duró hora y media, yo alargué mi crónica como tres horas a mi padre, que siguió trabajando bajo la implacable lluvia de mi imparable perorata.
Cuando concluí con la primera película (ya estábamos en otro lugar, él ya trabajaba en otra cosa), mi papá me quedó viendo y dijo:
—Creo que fue una mala idea haberte enseñado a hablar.

3

Mamá y papá tenían problemas frecuentes hasta que ella decidió pedirle que se fuera de la casa. Yo lloré y, cuando vi que él iba con su maleta hacia la puerta, me abracé a sus piernas y le pedí que no se fuera nunca, que buscara la forma de convencer a mi mamá.
Mi mamá, firme y sin ánimo de calmar las cosas, me ordenó que lo dejara ir. Lloré hasta la extenuación. Mi mamá, sin ningún prolegómeno, directa y brutal, me dijo algo que para mi niñez fue terrible:
—No sé por qué le lloras tanto a ése, si ni siquiera es tu papá.
Así me enteré de que aquel hombre al que amaba no era, no había sido mi papá biológico.
IIlustración: Héctor Ventura.
IIlustración: Héctor Ventura.

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racademia

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