A la misa más popular del pueblo, la dominguera de las ocho de la mañana, asistía la crema de la crema de la sociedad. El cura Socorro Roca (padre Soco, de cariño), que entre semana le daba rapidez a su homilía, los domingos se explayaba hasta el bostezo. Algo que dijo impactó a la feligresía:
—¡Hermanos, recen por los que se irán derechito al averno, al pandemónium, ya no respetan ni a la iglesia, nos roban, se llevaron la imagen de san Juan Gabriel, el milagroso cantautor…! ¡Párenle ya a la robadera! Si está aquí el ladrón, que ni se atreva a recibir la comu. “Nanay moma caca pitona” —soltó el poderoso exorcismo.
Esa mañana los pecadores estaban de oferta y decidieron limpiar su aura. La fila comulgatoria avanzaba a paso de carreta jalada por un solitario buey. Luz Clarita, mi prima, se formó, avanzó con los brazos en cruz, al ver que solo dos personas la alejaban de la santidad, juntó sus palmas, cerró los ojos y abrió la boca, su pecadora y bífida lengua se movió cual Coralillo, la víbora que liquidó al “Ojo de vidrio”.
Al padre Soco se le acabaron las ostias.
Sigiloso, el sacerdote reculó por refacción. Mi prima con la lengua colgante esperaba. Pasaron los minutos. Luz Clarita escuchó risas: abrió el ojo izquierdo, “el argüenderus”. Luego el otro, “el levanta falsus”:
—¡Yo no robé ni mierda! —exclamó.
Risueña me contó:
—¡La gente cree que robé la iglesia!
—Prima, que Soco lo aclaré o ¿Vas a cambiar de creencia?
—¡Sí, seré prostitante!
La pinchi duda me delató:
—Prima, ¿va a sé unisex?
Enrique Orozco González (Kike)