Cuando estudiaba Veterinaria, cursé la materia de Zootecnia de Perros. Me tocó exponer al grupo las características de los Staffordshire Terrier, raza inglesa de perros bravos, muy bravos que en la década setentera los utilizaban en peleas de canes, actividad que he reprobado siempre.
Son feos, cabezones, chatos, de poderosa mordida, pero nobles y leales con sus amos, muy afines a los niños. Los Staffordshire son feos a primera vista, a segunda vista también. Toleran a otros animales pero hay que educarlos, socializarlos y no estimular su agresividad. Dado su activa naturaleza, es imprescindible ejercitarlos bastante.
El “Toro Loco”, colega y amigo, tenía una Staffordshire que recién estrenaba camada, me animó y compré un cachorro: negro de ojos vivaces, un listón blanco le nacía en la frente y se desparramaba hacia ambos lados de la boca. Llegué a casa con el cachorro, doña Jelen, como siempre, comprensiva:
—¡Ya venís con otro chucho, vos! —dijo—. Ahora sí te volaste la barda: cada vez te gustan más feos, en un concurso de feos este chucho pierde por feo.
Tenía razón. Su molestia se convirtió en enojo cuando supo cómo se llamaba:
—¡COYOL! ¿En serio se llama COYOL? ¡Vos querés matarme de un cólico! Le van a decir “el coyol de Enrique” —y preguntó— ¿Qué raza es?
—Es un Staffordshire Terrier, lo usan en los pleitos de perros.
—¿Un “Estáporchingar” a quién? ¿Y decís que es un chucho pleitista?
Y así le dijo siempre: “el chucho pleitista”.
Como en mi casa no tenía contrincante, el Coyol empezó a pelear con nuestra ropa: los calzoncillos de mi padre parecían faldas de Hawaiana cuando se topó con ellos. Hizo trizas los pantalones “Latinos” de Wili, mi hermano (sólo tenía tres, pero finos, se los pagué). Mis camisas “Milano” con mangas de rumbero cubano las agarró de servilletas. Su mejor pelea fue contra mis apreciados zapatos bicolor hechos a mano por los Hermanos Piña, únicos y carísimos.
Le platiqué al Toro Loco que estaba a punto de ahorcar al coyol.
—Es normal —dijo—, ellos requieren ejercitar sus poderosos músculos maseteros, por eso desgarra la ropa —y me aconsejó—, cuelga de un mecate un hule de cámara de llanta de carro y que la muerda. Hay concursos donde estos perros ganan mucho dinero según se sostengan más tiempo colgados mordiendo el hule.
Compré una cámara de carro y la colgué en la azotehuela de mi casa. Ya me soñaba gastando en Las Vegas la “pachocha” que ganaría mi Coyol.
El Coyol pensaba diferente. La cámara de hule no le gustó, le agradaban más los calzoncillos y las pantuflas de mi papá y mis pantalones “Topeka”. Mi asesor, el Toro Loco, dijo:
—Enséñale tu a morder el hule.
Siguiendo instrucciones, mordí una punta y le opuesta se la di.
¡Güey, funcionaba! El perro tiraba fuerte y yo también. Mi madre pasó por ahí:
—¡Le voy al chucho! —dijo—. Ahora es tu maestro ¡No seas copión, me rindo!
Consideré que el Coyol ya podría concursar, lo inscribí en el torneo: “la rebelión de los colgados”. Doña Jelen le costuró una bonita capa que en la espalda decía “El Coyol de Enrique”, me hizo recordar al “Cacabola”, un boxeador de mi pueblo que también tenía maseteros prominentes.
El Coyol siempre pensó que ganaba el concurso el que babeaba más y se soltaba primero de la llanta. Jamás ganó nada. Pero el grandísimo recabrón nunca se ha soltado de la gruesa llanta de bicicleta anudada a mi corazón y mis recuerdos.
Enrique Orozco González
Se vale compartir.
Glosario:
Chucho.- Perro fiero y sin pedigrí.
Fiero.- No es feroz, solo feo.
Pachocha.- Money, dinero, divisas, etc.
Coyol.- Fruta sin jugo, del palo donde brota la sabrosa taberna (licor que aguada las canillas y afloja esfínteres). Coyol: sinónimo de testículo.
Latinos.- Tienda de ropa de moda muy cara.
Milano.- Tienda de ropa pa’ los jodidos.
Chiniji.- Ausencia de uno o más incisivos que te obliga a reír a carcajadas con la boca cerrada, es bien difícil, pero no imposible (mjú, mjú, mjú).