Polvo del camino/ 199
Perla blanca en la oscura media noche
Héctor Cortés Mandujano
Nunca olvides que en la casa que buscas no hay nada
María Negroni,
en El corazón del daño
Llegué a mi pueblo luego de tanto. Pregunté por mí, como si yo fuera un fantasma y la gente, así, en genérico –un ramo de rostros desdibujados–, me dijo que yo vivía solo, en el Ciprés, una finca cercana; que si quería hallarme tendría que ir para allá.
Tomé y anduve por el camino de tierra oscura, flanqueado con árboles como monstruos negrísimos, en la noche silente.
Iba vestido de gala, con una capa incluso y zapatos brillantes de charol. Pero no movía los pies, era como un mago que parece deslizarse sobre unos patines que nadie ve. La ridiculez oculta puede volverse misterio.
La finca era, en lo oscuro, la perla blanca que relumbraba en una muestra excesiva de la excepción a la regla.
Abrí la tranca y entré en la luz del corredor de ladrillos, como si fueran oblongos trozos de queso.
Salí yo mismo de uno de los cuartos de puertas de madera, como dos ojos u hojas del alba, adormilado, tal vez un poco más joven de anfitrión que de visita. No parecí sorprenderme en ninguna de mis dos versiones.
El pijama que usaba parecía hecho con luz de luna llena. Nos sonreímos. Yo abrí los brazos para darme un abrazo y nos fundimos, negro y blanco, en un gris primero que parpadeó por segundos y se convirtió después en la luz fortísima en que nos convertimos…
[En otra posibilidad de sueño, voy al pueblo y pregunto por mi mamá, me dicen que ella está en El Ciprés; llego y me doy cuenta que uno de los cuartos tiene una puerta abierta y ella está sola, ante la luz de una vela, en trabajo de parto. Suda, gime y sale de su vientre un bulto acompañado de agua sanguinolenta: yo.]