La familia Alemán jugó un papel importante en mi juventud. Don Salvador y Doña Malena, vivían en la calle de Tajín, colonia Narvarte, de la Ciudad de México, son los padres de Chava Alemán, mi alter ego. Ella, una dama orgullosa de su mexicanidad. Don Salvador, practicó la charrería, afición que heredó a sus hijos: Chava, buen jinete de yeguas y toros; sus cuatro hijas montaban en diferentes escaramuzas charras.
Chava fue mi primer amigo en la Facultad de Veterinaria: moreno (siempre le he dicho “Negro”), de facciones finas, inteligente y desmadroso.
Nuestra disipada vida nos hermanaba. Fuimos famosos por ejecutar el peligroso “Paso de la muerte”: Chava, en plena carrera saltaba de caballo a potro bronco. Yo, sin protección, saltaba de salvaje tequila a educado coñac. En las fiestas, ambos brincábamos de mesa en mesa.
A mi amigo le pedí que su papá me recomendara para trabajar en la Secretaría de Salud, donde él laboraba. El jefe del Departamento de Leches vivía en Chalco y Don Salvador lo conocía. Los Alemán tenían una casa de campo en la salida Chalco-Amecameca. La mirada y voz de don Salvador imponían respeto, un día llegué a comer con ellos.
—Me dijo Chava que quieres trabajar —y ordenó—. Mañana te espero en Chalco, vamos a visitar al licenciado Quiñones. Yo voy a hablar. Tú, sígueme la corriente.
Llegamos con Quiñones y después de los saludos, le dijo:
—Licenciado, le voy a hablar derecho: yo no le pediría un favor si no fuera este un caso extremo. Mire al muchacho: es Médico Veterinario, como mi hijo. Pero déjeme contarle: su padre alcohólico los abandonó cuando aún era niño, ahorita está en la cárcel por pederasta.
Quiñones me miró: yo, “puse cara de hijo con papá pederasta en la cárcel”.
—¿En qué cárcel está? —me preguntó.
—En “Santa Mirta Acapulco” —me tomó desprevenido.
—Quiso decir “Santa Martha Acatitla” —don Chava me tapó la boca y afirmó— ¡Está un poco afectado!.
Don Salvador reculó solo para agarrar impulso:
—Pero la cosa no acaba ahí, su mamá trabaja haciendo la limpieza en un edificio de condominios. La pobrecita barre y trapea todo el santo día y este güevón no le ayuda.
Quiñones me miró: yo, “puse cara de güevón que no ayuda a su pobrecita madre”.
—Le repito, amigo Quiñones, este joven es Médico Veterinario, pero sabe barrer y trapear. ¡Métalo a la intendencia!, ¡Que barra! ¡Que trapee el piso el mal hijo! ¡Que en Usted encuentre al padre que tanta falta le hace!.
Sonó el teléfono, Quiñones se excusó y salió. Yo, asustado dije:
—Don Chava, no me joda. Mi papá solo los sábados se echa sus traguitos, se pone medio pederasta, pero no es alcohólico, ni está en la cárcel. Doña Jelen barre y trapea mi casa solo cuando se acuerda. Yo no sé barrer ni trapear. En mi vida he agarrado una escoba.
Don Salvador puso el dedo índice en sus labios:
—Shhh, ¡cállate, cabrón!. ¿Quieres chambear?
—Sí, ¡pero no barriendo el piso, Don Chavita!
—Yo sé de qué chichi de la vaca sale la mejor leche, ¡Chitón boca!.
Quiñones reapareció muy sonriente. Don Chava aprovechó y dio el último apretón de tuerca.
—Pues como le digo, amigo Quiñones: ayude a este pobre infeliz.
Quiñones me miró: yo, “cara de pobre infeliz”.
Don Chava, parecía un halcón de montaña viendo su paloma.
—Por respeto no quiero decir a lo que se dedican sus hermanas, ¡Quiñones, ayude a toda la familia! —mi recomendador presionó—: ¿Qué me contesta?
—Pues, si Usted dice que este desgraciado es Veterinario —me miró: traté de parecer Veterinario, pero mi cara era de barrendero— ¡Le daremos una plaza de Veterinario!
—Quiñones, no venimos preparados, pero en el sobaco trae sus documentos este desgraciado que Usted ya está haciendo feliz.
Quiñones me miró: yo, “de mi sobaco saqué mi fólder y puse cara de desgraciado feliz”.
Trabajé ahí seis años. Cada que llegaba de visita a la casa de Tajín, Don Salvador reía, seguro se acordaba de Quiñones y de mi cara de susto al pedir que me diera chamba de barrendero.
La última vez que lo vi, me dijo:
—¡Quico, cuando necesites otra chamba me avisas, pero mientras, aprende a barrer cabrón!

Enrique Orozco González (Kike)
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racademia

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