Tío Chico que Vuela

Despedida y boda (recién salido del horno)

La invitación decía: “Casiano y Bruneida. Cachún y Gregoria. Invitan a la ceremonia matrimonial de sus hijos: Chepita Estefanía y José Menelao y bla, bla, bla”.
Como muchos novios, Pepe Menelao, antes de casarse se hipocratizó. Le bajó dos rayitas a la bebedera de trago y ayudó a su mamá en la tienda de abarrotes, donde gaveteaba ¡A rajatabla!
A todos —incluyéndome— nos asombraba el buen comportamiento de Pepe. La tía Goya en punta.
—Tenías razón, jodido. Pepe ha cambiado pa’ bien y te lo debo a vos.
Yo dudaba, mi tío Gánigan dijo: “Hijo, gallina que come pico ni aunque le quemen el huevo”, o algo así. Abrieron una sucursal del almacén: “De Tocho Morocho”, en un pueblo cercano para que los novios tuvieran ingresos y ahorraran, los gastos de la boda abundan. En los pueblos se circulan invitaciones para las bodas, pero no se le niega la entrada a los gorrones, que somos mayoría.
Chepita Estefanía, ocupadísima en los preparativos de la boda: vestido, ceremonia, madrinas, cena, etc. Y Pepe se afanaba en desvalijar el almacén. Todo marchaba normal, viento en popa hasta que apareció un ciclón tropical: “Juana la Cubana”.
Estrella de un show de cantina que divertía a los bolos de pueblo en pueblo, a Juana en vez de Cubana le empezaron a decir Juana la Culona: bonita, frondosa, alegre, y amiguera. No cantaba bien, pero al ritmo de la salsa, su derrier era un remolino.
Ella no se llamaba Juana, su nombre: Mary, de Yanga, Veracruz. La contraté para animar la despedida de soltero de mi primo. Pero se le pasó la mano a ambos. Pepe quedó prendado. Un marrazo en la cabeza no hubiera sido tan letal. Se enamoró como chucho del mercado. Descuidó trabajo, novia, mamá… ¡tooodo!.
—¿Qué le pasa a Pepe? —me preguntaron.
En un pueblo jovial como el mío, es difícil mantener secretos. Pepe se pasaba las horas en “El Trópico de Cáncer” cabaretucho de mala fama. Se inscribió en un curso para «aprender a bailar salsa”. La maestra: Juana la Culona. Era el solitario alumno y las clases debían ser caras pues no salían de la recámara. Yo me sentía culpable de que ellos se conocieran. Cuando Chepita Estefanía se enteró del romance casi enloquece, quiso entrar a un convento, pero en nuestro pueblo solo había catecismo y eso de vez en cuando.
—Aunque sea de Carmelita Descalza –dijo.
Y cumplió, el domingo siguiente llegó a misa de ocho, la más concurrida, con hábito café y sin chanclas.
Tío Cachún llegó a verme, su de por sí arrugado rostro parecía ciruela-pasa por la preocupación. Todo estaba listo para la boda, faltaban dos semanas.
—Oí —dijo—, de aquí no salgo si no encontramo la solución al problema en que nos metiste. ¡Solo a vos se te ocurre llevarle una cubana a tu primo, si ya sabés como es de pendejo! ¿Qué hacemo?
—Con Pepe la solución es fácil, tío: córtenle la paga, que ya no gavetee y el amor de Juana La Culona, perdón, La Cubana, en chinga se acaba.
—Y Pepe, ¿que hay con él?, está más enamorado que un burro de esa colocha.
Tenía razón, el problema era el novio; Pepe ya no llegaba a dormir a su casa, el curso de salsa se estaba haciendo intensivo. Tía Goya me quería demandar judicialmente, me culpaba de la tragedia.
—Bueno —dije—, la chica debe desaparecer, eso se arregla con mil pesos y que un cinturita la enamore. Lo otro está más cabrón, hay que conseguirle un enamorado a Chepita Estefanía pa’ que Pepe se ponga celoso y meta reversa. Tenemos poco tiempo. El enamorado suficcio tiene que estar de acuerdo con el plan y la novia también, ¡no vaya a salir peor el remedio que el mal!
—Pues yo no veo la cosa tan difícil —dijo tío Cachún—, el novio suficcio ya lo tengo.
—¿Quién es?
—¡Vos!.
Tío Cachún me jodió. No tuve más que aceptar el plan que yo mismo ideé. Se habló con Chepita y su familia para evitar problemas y malos entendidos (pues normalmente soy encantador). Todos estuvieron de acuerdo. Hubo un baile en el parque al que asistimos: Pepe Menelao y Juana la Cubana, por un lado; Chepita Estefanía y yo, por el otro. Bailamos todas las tandas hasta que llegaron las románticas. Me acerqué más de lo normal al cachete de Chepita, cuando sentí el primer sopapo en la espalda.
—¿Qué estás haciendo con mi novia, vos?
—¡La estoy enamorando! —dije sin soltar la presa—, ni modos que la fiesta, la comida y las marimbas se desperdicien, así que o te casás vos o me caso yo, pero de que en dos semanas hay boda, ni dudarlo.
Así se arregló el asunto. Lo jodido es que el novio no me invitó a la boda. ¡Me vale!, a mejores fiestas no me han dejado entrar. Ahora, ¿qué hago con Juana la Culona, perdón… la Cubana? ¡Quiere que me inscriba a su clase privada de salsa!.

Enrique Orozco González (Kike)
Comparte si es tu voluntad.

Glosario:
Hipocratizar.- Costumbre innata de ser hipócrita.
Gavetear a rajatabla.- Meterle mano a la gaveta de la tienda sin lástima.
Jonis.- Agujero natural del cuerpo ahí mero donde se arremolina el cuero en la espalda baja.
Bolo.- Conspicuo bebedor de trago (“juerte”, decía tío Gánigan).
Suficcio.- Quiso decir ficticio.
Colocha.- Pelo enmarañado, tipo estropajo.

Author

racademia

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *