—¡quiero mi café con leche, como el de mi papá!
En el desayuno, doña Jelen le preparaba a su esposo, café con leche cargado de Nescafé; el mío, apenas “pintadito”. Creo que mi madre pensaba que mucho café podría dañar mi niñez.
Mi viejo ocupaba la cabecera de la mesa, yo procuraba sentarme a su lado, a la expectativa siempre, pues me gustaba tomar el café con leche que dejaba en su taza (siempre dejaba algo pensando en mí).
Mi padre tenía 22 años cuando yo nací, fui el segundo de su recua —así nos llamaba—, y el primer varón, por eso llevo su nombre. A él le gustaba enseñarme las tablas de multiplicar, no era muy paciente, me regañó hasta que las aprendí de corridito y salteadas.
—¿Cuánto es siete por nueve?
—Sesenta y tres —respondí.
—¿Y nueve por siete?
—Un chingo igual.
—Creo que mi hijo ya aprendió las tablas —dijo a mi madre. Cuando la respuesta era incorrecta, se deslindaba, yo era hijo solo de ella: “tu hijo es medio burro”.
Pasó el tiempo, estando yo casado, una mañana de sábado mi compadre Yayo Gutiérrez (amigo de mi padre) llegó a mi casa en Tapachula, gritó:
—¡COMPADRE, A SU PAPÁ LE DIÓ UN INFARTO, ME PIDIERON QUE LE AVISARA, PERO ÉL ESTÁ BIEN, NO SE PREOCUPE, ÉL ESTÁ BIEN —insistió.
No le creí, sabía que así es como administran la noticia cuando alguien ya murió. Pensé: “mi padre está muerto y no le he dicho que lo quiero, no lo he besado, ni le he dado las gracias por todo lo que ha hecho por mí. Si murió, se fue con la certeza que su hijo es un fracaso. Él siempre me pidió que me titulara”.
Esa vez, hincado, le rogué a Dios que no se llevara todavía a don Enrique: que me diera la oportunidad de besarlo y decirle cuanto lo quería.
Dios dijo “Si”.
Cuando llegué a su casa, encontré a mi padre tejiendo algo (terapia ocupacional recetada por el médico), le pregunté:
—¿Cómo estás, papá?
—Bien, con el infarto, hasta mampo me estoy volviendo —y sonrió.
Vivió muchos años más. Tuve tiempo de demostrarle mi amor y respeto. Lo abracé y besé muchas veces. Él me acompañó cuando presenté mi examen profesional. Yo estuve a su lado el día que se graduó de esta vida. Don Enrique murió en mis brazos a los 84 años.

Enrique Orozco González
Representante de “La Recua” (Ana María, Enrique, Eduardo Wilfrido, Martha Elena y Ernesto).

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racademia

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