Cofre de cuentos

Polvo del camino. 240. Un guardián imprevisto. Héctor Cortés Mandujano

 Polvo del camino/ 240

Un guardián imprevisto
(Minificción)
Héctor Cortés Mandujano

Salgo de una conferencia y es evidente que espero un taxi cuando Humberto sale del mismo salón y ofrece llevarme. Acepto su oferta, aunque él y yo nos tengamos mutua animadversión. El hecho de que tengamos amigos comunes, creo, nos hace aparentar una relación si no cálida, por lo menos fríamente amable.
Llegamos a su casa (su chofer maneja) y me invita a pasar. Me niego y él insiste. Bajo, abre la puerta de su hall y me asombra el lujo de sus muebles, la elegancia de su decorado. Entra en una de las habitaciones interiores y sale casi de inmediato con un objeto entre las manos: una navaja. Me dice:
—Me caes mal y siempre había buscado la oportunidad de herirte, sin llegar a quitarte la vida. Esta es la oportunidad.
Antes de que se mueva hacia mí, saco de entre mis ropas un cuchillo largo, filoso, pesado. Le digo.
—Yo sí tiraré un tajo para matarte.
Él ve las dimensiones de mi arma y la posición que he tomado para defenderme y atacar, y baja el brazo.
—Perdona. Creo que no debimos llegar a esto. Asumo mi culpa. Fue una estupidez. ¿Podrías disculparme? Te invito a cenar, vendrán varias personas que conoces y estimas.
—No me interesa quedarme en tu casa.
—Sé que coleccionas búhos y voy a regalarte uno especial, ¿me acompañas?
Él ha dejado su arma en un mueble y yo guardo el mío. Lo sigo. Entramos en otra sala, igual de lujosa que el hall, y veo un búho enorme, hermoso, de piedra, con incrustaciones…
—Con incrustaciones de oro y plata –dice Humberto– y será tuyo, sólo si me disculpas y te quedas a cenar. Mi chofer te llevará después, junto con el búho, adonde tú le indiques.
Me quedo.

La casa de Humberto es un pequeño palacio. No sabía que tuviera tanto dinero, que viviera con tanta opulencia. La mesa tenía carnes incluso de animales exóticos, los vinos eran de primera, los postres de una gran diversidad y había un desfile de mozos y sirvientas que me hacían sentir una persona especial. Nadie más llegó.
Cuando lo consideré prudente, me despedí de Humberto y él me dijo que el regalo ya estaba en el coche.
—Te acompañará el mayordomo a la puerta, porque yo debo hacer una llamada urgente.
El hombre, mudo, abrió la puerta de la calle y yo salí. Como si hubiera una barrera falsa, un espejismo, la calle no lo era, y entré en un cuarto, lujosísimo, de la misma casa de Humberto. Salí del cuarto a un pasillo y busqué a alguien. Nadie. Traté de hallar de nuevo la puerta de salida, pero aquello era una sucesión de salones y salones.
Abrí una puerta al azar y otra vez me hallé en otra habitación, donde decidí dormir. Puse los seguros y revisé el enorme clóset de donde tomé un pijama. Soñé que nunca podría salir de allí, que Humberto era un espíritu encargado de cuidar a las personas en el limbo. No recuerdo si alguna vez desperté…

Ilustración: Leonora Ventura.
Ilustración: Leonora Ventura.

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racademia

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