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Polvo del camino. 239. El paraíso en Huixtla. Héctor Cortés Mandujano

 Polvo del camino/ 239

El paraíso en Huixtla
Héctor Cortés Mandujano


Parece que un duende hubiera hecho el café, que está listo no importa qué tan temprano te levantes. Pero lo hizo David.
En el desayuno hay platanitos ricos, que preparó Zoé, y Sergio pone los platos, las tazas, sirve a quien lo quiera, está atento a los comensales. Si algo más se requiere, Iván e Ian están prestos y sonrientes para ayudar.
Estamos en Huixtla, en casa de los Jiménez Méndez, donde también son pródigos en amabilidad Aidé, Yayo (su hijo) y Gisela.
Vamos a Tapachula y nos lleva y nos vuelve a casa Maricarmen, grata compañía y esposa de mi sobrino Sergio.
Vamos al mar y se suben a los coches, quienes pueden y quieren, alegres -como si no tuvieran el mar tan a la mano-, porque quieren hacernos pasar un día inolvidable, y lo logran. El lugar que escogen es bello y tranquilo. Nado con Zoé, Jalil, Sergio y Jaime, un querido amigo invitado. Mi mujer, siempre temerosa con las olas, no me pide que la acompañe, porque se siente segura con la compañía de Edith.
Marlene, esposa de mi sobrino Iván, prepara un caldo de res maravilloso, con algunas verduras que nunca había probado y que resultan exquisitas.
La familia parece una orquesta donde cada cual tiene una partitura que ejecuta con maestría para que en todo momento haya armonía… ¿Quién está detrás de esto? Edith.
Don David y doña Yola, padres de Edith, eran dos personas generosas, amables, sonrientes, queridas, que supieron inculcar en sus hijos respeto y amor por los demás.
Edith parece haber heredado la batuta para que la música de la amistad se escuche perenemente en la larga mesa donde se recibe con abrazos y sonrisas a quien llegue, y se ofrezca el pan y la sal sin discriminar a nadie.
Pasar los días en esa casa es sentirse querido sin pausa. No hay más que amabilidad y cariño en cada corazón de sus habitantes, y uno se siente bien, a gusto, feliz.
Alguien me contó que con tanto calor como hay en Huixtla, un día llegó el diablo, vestido de frac, y tuvo que quitarse la ropa elegante y se quedó en calzoncillos. Es evidente que a esta casa no llegó Satán, sino un grupo de ángeles que puso mucha luz en las almas de Edith, Aidé, Gisela, David, Sergio, Iván, Maricarmen, Marlene, Grecia, Ian, Zoé y Jalil, y en quienes los rodean, con quienes conviven.
No sé cómo sea el paraíso, pero estoy seguro que debe parecerse a esta casa, a esta familia, mi familia en Huixtla: la casa de los Jiménez Méndez.
Ilustración: HCM
Ilustración: HCM

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racademia

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