Canto de gesta para Camilo Héctor Cortés Mandujano
La noche había tomado como suya la habitación de los reyes Tito I y Tita Única (sus nombres reales eran Héctor y Luisa, pero eso no importa). Dos hachones lanzaban lengüetazos amarillos a la oscuridad nocturna. Si viviéramos en tiempos modernos podría decirse que un transformador había estallado y había vuelto al reino a la Edad Media. El principito Camilo se había quedado a dormir con sus abuelos, en la misma cama. El príncipe Jacobo, su hermano mayor, valiente y audaz, había acompañado a la princesa Nadia y Carolina –que así, con dos nombres la habían llamado–, quien, pese a lo oscuro del camino, había aceptado la invitación de ir al asado de un jabalí salvaje, cazado en las inmediaciones del Bosque Real. Tita Única y el principito Camilo ya dormían, cuando el Rey escuchó un ruido amenazante cerca de los oídos del pequeño y del suyo: —¡iiiiiiiíííííííIIIIIII! Sabía de qué se trataba. Era el sonido característico de un zancudo, una bestia sedienta de sangre que, además, podía infectar de un sinnúmero de enfermedades. El Rey, sabio y hábil como era, contuvo la respiración, preparó sus fuertes manos y en un segundo las usó –como una cárcel de imposible escape– en la anatomía del insecto asesino. Calló un instante la bestia que, como todos saben, es también un mago poderoso. Se escuchó su voz, detrás de los dedos del Rey, que eran como barrotes de acero. —Déjame salir, te prometo que me iré, junto con mis hermanos a otra parte, para no volver. —No te creo –dijo Tito I. —Mira, si me dejas ir, te regalaré un caballo… —No me interesa –dijo el Rey–, tengo automóvil. —Te daré un dragón, para que cuide con su fuego poderoso tus heredades… —Tengo una estufa, con cuatro quemadores, y dos caninas que cuidan mi fundo: la gran Atenea y la pequeña Chiripa. —Con mis hermanos, te haré una orquesta magnífica… —Ya tengo Spotify. —Pondré a tus pies una bellísima mujer… —Tengo una consorte, que es una mujer hermosa. [Tita Única sonrió en sus sueños.] —Me cansaron tus ofertas –dijo Tito I– y como si fueran dos placas metálicas cerró sus palmas y el zancudo quedó aplastado, muerto. Aunque no lo pareciera, la conversación había sido escuchada por una docena de zancudos que, desde la oscuridad, también calculaban el instante para lanzarse a las venas de los tres yacentes y tomar su sangre azul. Al ver lo que había pasado con su hermano, como un conjunto de negras y pequeñas golondrinas que presagiaran tormenta, se escaparon por el dintel de la puerta del dormitorio Real, volaron con rapidez por las demás estancias hasta llegar a la puerta principal donde salieron al bosque de las inmediaciones, lleno de árboles cada vez más verdes y grandes por las lluvias constantes que habían caído en días pasados. El Rey, entonces, cerró los ojos y lo mismo que la Reina y el Principito se entregó en los brazos de un sueño delicioso…