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Polvo del camino. 217. Tres manifestaciones de vida. Héctor Cortés Mandujano

 Polvo del camino/ 217

Tres manifestaciones de vida
Héctor Cortés Mandujano

Decidimos mi mujer y yo habilitar el pozo que durante años tuvimos sin uso. Contratamos a un albañil que desde años es ya nuestro amigo. Llegó acompañado por sus hijos y comenzaron. Lo primero que nos dijo es que, en una de los salientes de la pared interna, había un nido de golondrina. Vimos desde arriba, con ayuda de una lámpara, indistinguible en los detalles, a la avecita que empollaba.
Las bajadas y subidas en su trabajo, los albañiles las hacían en una vía que no incomodara a la que se convertiría en mamá en algún momento. Y ocurrió. Cuatro golondrinitas nacieron. Pasados los días, empezaron a escalar (yo no le suponía esas gracias). Una cayó, murió. Las tres restantes salieron a la luz del exterior y se fueron volando, ya sin auxilio de su madre. La vida continúa.

Tenemos un estanque donde hemos cultivado nenúfares y otras flores acuáticas. Nos encanta. Para que funcione sin tanta atención, pusimos en él algunos peces que se fueron reproduciendo hasta llegar a ser, como fueron, un vasto cardumen de ejemplares negros, blancos, verdes, rojos y naranjas. Si en un pozo hay plantas y peces, nos dijeron, y es cierto, el agua siempre está oxigenada (técnicamente se dirá de otra forma, supongo) y no huele mal, se cura, se limpia a sí misma. Nos dimos cuenta, con el paso de los meses, que algunos peces menguaban: tal vez se comen a sí mismos, supusimos.
El pozo y el estanque son construcciones vecinas en nuestro terreno. Por eso, de nuevo don José Luis, nuestro amigo albañil, quitó misterio a la desaparición de los peces. Nos contó que a diario una parvada de zanates llega y espera con paciencia a que algún pececito se distraiga para cazarlo y llevárselo en el pico. La muerte de uno es la vida del otro.

Llené una tina grande y le puse lirios acuáticos, que se multiplicaron sin medida y apenas cabían en el continente que, según yo, era muy amplio. La puse frente a la cocina desde donde mi mujer y yo, cada mañana, veíamos las lindas flores que no cesaban de nacer.
Una día noté que algún animal (la ardilla, pensamos) se había comido hasta los bulbos de los lirios. Traté de rescatar algo de aquel desastre, pero no fue posible.
Quedó el trasto con agua, nada más, algunos días, mientras encontraba tiempo para hacer un nuevo jardincito acuático. Una noche mi mujer y yo vimos que la tina era motel donde varios sapos hacían una orgía sin omitir su escandaloso croar (tal vez, creí, así manifiestan sus orgasmos).
Al amanecer siguiente, el agua se veía gelatinosa y tenía puntos negros. A mi mujer le encanta ver la transformación de esos puntos negros en pequeños renacuajos y luego en ranas, en sapos, de modo que la tina quedó como la dejó aquel apasionado saperío. Mi improvisado estanque de lirios es ahora un hospital de bebés. La vida se reproduce sin cesar.

Ilustración: HCM.
Ilustración: HCM.

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racademia

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