Raúl siempre quiso ser policía y lo fue: “Servicio Secreto”, decía su placa. Él, orgulloso, se lo contaba a todo el mundo. Fue policía, pero no secreto. Para ascender debía cursar la preparatoria. Así fuimos compañeros en la prepa 5, en la Ciudad de México.
—Güey, me llamo Raúl —saludó—. Soy del Servicio Secreto.
—¡Eras! —le aclaré— Yo soy muy chismoso.
El tipo me cayó bien, se parecía a Manolo Muñoz, el que cantaba “Speedy González”. Usaba lentes y no se peinaba. Sus dientes eran un desgarriate, ¡unos a la izquierda, otros a la derecha! Yo le llamé “Speedy” y le gustó —dijo que así protegía su identidad secreta.
Speedy era inteligente, pero vago (como yo). Solía contarme los abusos de la policía secreta: tehuacanazos, ahogamientos, golpes que no dejaban huella, toques eléctricos en los testículos (eran muy creativos para torturar). Por temporadas dejaba la escuela y al volver había aprobado exámenes que nunca presentó. Llegaba golpeado del rostro y presumía de grandes combates donde sus rivales sacaban la peor parte. Una vez recibió un balazo en la nalga, comenzó a tejer una historia de valor.
—Speedy —le dije—, un balazo en el culo se lo dan a los que van huyendo.
Se desconcertó, enseguida puso su sonrisa de mentiroso:
—No güey, el balazo me lo dio un compañero bizco (de los ojos, me aclaró) que disparó sin ver que yo iba en la vanguardia.
Terminamos la prepa y dejamos de vernos tres años. Hasta que nos topamos en la terminal de camiones de Ciudad Universitaria. Me gustó reencontrar a mi amigo que lucía un elegante traje. Los estudiantes de odontología hicieron milagros con sus dientes: estaban menos disparejos. Speedy estudiaba Derecho y ya no usaba anteojos, su bien peinado cabello lucía rayitos de sol; parecía galán de telenovela (de las jodidas). Me abrazó, noté que usaba maquillaje y se depilaba las cejas.
—Qué tal, ¿qué dice la secreta? ¿Estás infiltrado en alguna secta de mampos satánicos?
—¡No, güey, cállate los ojos! Ahora trabajo en un despacho de abogados.
—Pero si estabas muy orgulloso de ser “tira”, ¿qué te pasó?
Sin más, comenzó a sollozar, sus ojos parecían jocotes de agua, lagrimeaba a lo cabrón. Hiposo me contó:
—Hace tres años, güey —siempre me llamó así—, cuando lo de Tlatelolco, yo quedé en el limbo, entre melón y melambes, por un lado, mis compañeros estudiantes y por el otro mis colegas de la secreta. Una tarde llegó un lote de veinte estudiantes: ¡Ya venían madreados!, y los agarraron a trompones y patadas. No me gustó; yo maltrataba a delincuentes, no a estudiantes. Les menté la madre a todos, del presidente de la república pa’ abajo; me quitaron la placa, mi querida charola de agente secreto. Me madrearon y me electrificaron “los mellizos”.
Lloraba en mi hombro, me abrazó del cuello. Lo dejé ahí un minuto y lo aparté con cariñito.
—Vos, Speedy —le dije—, dejá de llorar así cabrón, la gente va a creer que somo mampos y te estoy cortando, llorá como chiapaneco.
—¿Cómo lloran ustedes?
—Bien bolos y abrazando un poste de luz. Soltá mi güegüecho, me estás embarrando tu maquillaje.
—¡Ay, ay! —dio unas pataditas al suelo— ¡La verdad, güey, es que hasta hoy me doy cuenta que no estás feo, ni cacarizo!
Mientras Speedy mampeaba, yo reculaba. Haciendo la señal de la cruz le grité:
—Me caías mejor cuando eras un desalmado policía secreto, ¡no como gato capón!
Enrique Orozco González (Kike)
Compatí, si querés.
Glosario:
Tehuacanazos.- Agua mineral gasificada (Tehuacán) que sifoneados en la nariz de alguien, hallabas al culpable de cualquier cosa.
Mampos.- Gay de ejido.
Jocotes.- Fruta tropical que se come en tres etapas: verde, sazón y si llega: maduro.
Tlatelolco.- Lugar donde en 1968 hubo una matazón de estudiantes.
Hüehüecho.- Porción de la nuca, ahí por donde Adán tiene su manzana.
Tira.- Apodo que la delincuencia da a los polis.
Los mellizos.- Par de lo que sea.
Capón.- Sin un coyol, sin los dos: recapón.
Recular.- Avanzar pa’trás, nunca pa’delante.