Polvo del camino/ 181 Para un solo deán Héctor Cortés Mandujano Sueño constantemente con bibliotecas, que leo en ellas: estantes infinitos, atiborrados de libros (Borges se me aparece en la memoria, por razones obvias). A veces soy un viejo que revisa papiros, volúmenes incunables en espacios líticos, que nunca he visto en la vigilia. A veces encuentro libros en pagos selváticos y en cómodo sillón me veo disfrutando de pasar las páginas luego de haberlas gozado, consumido. Leo libros que nunca se han escrito, de autores que supongo inventa mi incesante actividad onírica. Uno recurrente es que voy a librerías y compro montones de ellos. Otro es que los que quiero leer son enormes y con más de tres mil páginas. Cargarlos (lo hago, para revisarlos) no es fácil y son temáticos: sobre el siglo XII, de asuntos filosóficos, novelas que no se habían publicado, volúmenes que fueron censurados… Las ediciones son bellas, cuidadas, carísimas. Me doy cuenta que sólo podré comprar uno o dos. Lo hago. Luego vuelvo a soñar con el mismo lugar (está en una gran ciudad desconocida y tengo miedo de perderme. A veces llamo a una amiga o amigo y le pido que venga por mí, porque no sé dónde estoy) y compro uno o dos más. Sé que no me alcanzará la vida para leerlos todos, aunque sólo me dedique a eso, como quisiera. También sueño con palabras que no existen. En algún momento, por consejo de mi mujer, las he apuntado (he escrito incluso sobre ellas alguna vez); ella piensa que podrían ser un diccionario que quizás me llevara a escribir algo así como un libro sagrado. “No me interesa la idea –le dije–; si algún espíritu quiere escribir un libro, que se busque otro amanuense, yo bastante tengo con mis propias locuras”. Un asunto aparte es que a veces sueño que reviso libros míos que no he escrito y no creo escribir. De uno de ellos hablé una vez (“El amor es el corazón de un cerdo”) e incluso cité algo de su contenido. Porque además es eso: leo en sueños y en muchos casos recuerdo mis lecturas. Escribo también en sueños, por supuesto. Ni hablar de todo lo que de mis noches dormido ha brincado, a veces sin retoques, a mis obras de teatro, novelas, cuentos, artículos, varia escritura. Es lo más. Mucho de mi imaginación está centrada en la más profunda oscuridad, mientras tengo los ojos cerrados, la respiración tranquila, el corazón relajado; mientras “el músculo duerme y la pasión descansa”. Soñé hace poco que presentaba mi libro Para un solo deán. No lo he escrito, por supuesto, ni sé de qué podría tratarse, porque en mis sueños estoy agradeciendo los aplausos, solo, de pie ante la audiencia, y luego me veo en el brindis posterior, con una copa en la mano, y debajo del brazo el susodicho: a todo lujo, cuadrado, de pasta dura, fondo blanco, con dibujos prehispánicos en la portada. Me veía feliz, risueño, como si hubiera escrito algo plausible. Escribo esto para dejar constancia. Tal vez algún día se me ocurra en sueños la trama y lo escriba, dado que mi actividad onírica (como si fuera una multitud de duendes) trabaja en esas materias más que yo. Ya veremos.